Un profesor inolvidable, pedía a sus alumnos que se ahorraran en su materia de dar respuestas, y por el contrario se abocaran a la tarea de confeccionar preguntas.
Lo recuerdo cuando recibo esta inquietud de una amiga:
¿Qué efectos tiene la Osteopatía sobre la Depresión? Según Pichón Riviere, y su teoría de la enfermedad única, la epidemia de la posmodernidad será la Depresión. Los antidepresivos usuales, son dañinos para la salud por sus efectos adversos… ¿la Osteopatía actúa en ese campo? ¿Cómo se trabaja en la parte emocional?
La pregunta me lleva al momento en el que conocí, de manera sorpresiva, la Terapia Craneosacral.
Pero bastante antes de esto, transitaba los 30 y pico, y había nacido mi segunda hija. Por supuesto ¡nuestra felicidad era enorme! pero comenzaron allí las seguidillas interminables de “síntomas”: dolores de espalda, de cintura. No podía retomar la actividad física a la que estaba habituada. Emprendí un extenso periplo por los servicios de traumatología y kinesiología. Al cabo de unos años pensé que tal vez estos recursos no eran los más indicados para mí.
Empecé a dudar del enfoque, quiero decir, si me dolía el codo, por ejemplo…¿era correcto enfocarme con tanto empecinamiento en el codo? Me molestaba lo que consideraba una exagerada y absurda especialización.
El primer abordaje más “integrado” que conocí en esta búsqueda, fue la “Reeducación Postural Global”. Había conseguido varios libros de su creador Philippe Souchard, encontré una terapeuta cerca de casa y a ella recurrí cuando a este encadenamiento de síntomas que refiero, le siguió uno aún más inquietante: una corriente eléctrica, que desde base de cráneo descendía como un rayo a lo largo de la columna vertebral. Y temblores como descargas también eléctricas, en todo el cuerpo, no continuas, sino algunas, cuando me disponía a descansar durante la noche. El traumatólogo me derivo al neurólogo. El neurólogo al psiquiatra, aunque decidí continuar buscando otras alternativas.
Comencé el tratamiento con mi Rpgista. Hacia la mitad del tratamiento fue que me topé con la Terapia Craneosacral. Simplemente mi terapeuta ese día no hizo lo que habitualmente hacía. Lo primero que me sorprendió, fue la sutileza del contacto corporal, quiero decir, sufriendo mis empecinadas contracturas, lo que más deseaba es que la emprendiera enérgicamente sobre esos músculos agarrotados. Apenas sentía la presión de sus manos y un desconcierto agradable.
Estaba en esa camilla tratando de solucionar mis dificultades “físicas”, hasta ese momento, si hubiera buscado un alivio a las “psíquicas” y/o emocionales, tal vez hubiera recurrido a un/a psicoterapeuta. Y lo había hecho en varias oportunidades. Estas dificultades abundaban, y también llevaban una trayectoria. En el entretanto, la biblioteca se había ido poblando de todo tipo de literatura de auto ayuda, más o menos científica y de toda variedad de puntos de vista. Llevaba varios años con la sensación de estar “boyando” en un océano inmenso, en el que no llegaba a ahogarme, apenas conseguía sostener mi cabeza fuera del agua. Era una imagen única y repetida, plena de relieves, reflejos, tonalidades, como si estuviera observándola en una película ¿en la que un náufrago aún no encontró su isla?
Mi vida era esa boya, era un impasse interminable, sabía que mis años transcurrían y que los estaba dilapidando, o así lo veía. En todo caso, no encontraba la forma de cambiar o superar este “estado del ser”.
La primera impresión fue una presencia apenas leve, luego aprendería, que la terapia craneosacral trabaja entre los 0 y los 5 gramos de presión sobre el tejido.
El segundo hecho fue la instalación de una imagen, única también, y clarísima en sus relieves, movimientos, tonalidades, espesores, un rio subterráneo y espeso, que mi mente no había convocado de forma intencionada, pero que estaba en ella y en todo mi cuerpo y sobre la que no me cabía ninguna duda de qué era. Lo supe en cuanto se hizo presente, inmediatamente. Acompañe su lento fluir, observándolo con la siguiente certeza: “esta es mi tristeza”. La certidumbre era esta: no es la tristeza, es mi tristeza y esa diferenciación le daba a la imagen una potencia desconocida.
Cuando me incorpore de la camilla mi cuerpo temblaba como una hoja, y no había manera de abrigarme. Ese fue el fin de “la boya”, se borró de mi mente para no surgir más la imagen que me había acompañado en la deriva.
John Upledger, ha sido el creador de la Terapia Craneosacral. Tiene su punto de partida en la Osteopatía Craneal aunque se diferencia de ella. En la intensidad del toque, los 5 gramos a los que hice referencia. ¿Pero por qué esto resulta ser tan distintivo? Justamente por alcanzar y conectarse a estructuras del sistema nervioso central. Con mayor intensidad en el estímulo se transformarían en señales que el mismo simplemente dejaría pasar. Se verifica en este campo el conocido “efecto mariposa”, por el que un muy pequeño estimulo o causa, no guarda relación de proporcionalidad con los efectos que desencadena. Los 5 gramos vehiculizan una conexión ya no “mecánica” sino “sensorial”.
Upledger, ha abordado y explicado lo que llamó: “sistema craneosacral”, utilizando las herramientas teóricas provistas por las ciencias básicas, y desde estos conceptos ha intentado entender “un sistema núcleo, en el que se juntan los mecanismos de control del cuerpo, la mente, las emociones y el espíritu” un sistema “en el que todo viene junto, lo que quiera que sea”
En cuanto al síntoma que referí, cesaron las descargas eléctricas, o lo que se “sentía” como tales, la fuerte presión en base de cráneo fue cediendo a lo largo de los meses de tratamiento, y aquello por lo que no fui, que era una situación de estancamiento vital, se encontró con un real punto de inflexión del que no volví a retroceder, dando comienzo a una etapa nueva de mi vida adulta.
Carolina Couto